abril 01, 2015

Hoja en blanco

Sí, es una bronca. No se me ocurre nada. Quiero escribir un buen cuento pero no lo logro. Llevo varias semanas así. No es que tenga prisa, pero así están las cosas. Quiero enviar algo al Amparo Dávila, pero no quiero enviar cualquier cosa. Tengo cientos de cuentos, pero casi todos son malos, o no cumplen con las características solicitadas. Si no escribo nada apropiado, no importa, tampoco es que me interese tanto participar en esa convocatoria, pero me molesta esta situación.

Normalmente, no me ocurre. Siempre ha sido fácil para mí escribir. No siempre lo hago bien, pero lo hago. Y eso vale más que no hacerlo, que es justo lo que está pasando ahora mismo, no lo estoy haciendo. He comenzado más de diez cuentos en los últimos días, y todos se han quedado sin terminar. Puros abortos, puros intentos malogrados.

A veces, para escribir algo, tomo como ejemplo un cuento de alguien más. Tomo como base su estructura o alguna situación interesante, o una palabra, idea o personaje. Y sobre esa base, voy creando algo diferente, algo que a mí me guste, me entusiasme, algo que me haga decir: "Esto es lo que quería". Eso precisamente he hecho, tomé algunas antologías de escritores mexicanos, agarré algunos números de Penumbria, eché un ojo a esos cuentos, buscando ese algo que detonara la escritura. Pero no hay nada. Sí, sería muy sencillo escribir un cuento "igual" a ésos que vi. Hace una especia de cover o revisión, una deconstrucción, una parodia. Pero no es eso lo que quiero, quiero hacer un buen cuento. ¿Es acaso tan difícil?

Cuando leí "Canción de cuna", escribí "Triángulos infernales". Tomé la estructura de Inés Arredondo para usarla a mi conveniencia y contar esa historia de un triángulo amoroso convertido en pesadilla. "Ícaro" y "Objetos vacíos" salieron tras analizar la forma de JG Ballard construir sus relatos, a partir de una idea filosófica o psicológica.  Pero estos días no he logrado hacerlo y ya comienzo a sentir la desesperación, la ausencia de palabras, de ideas importantes.

Sólo se me ocurre volver a mis lecturas. Seguir leyendo hasta que algo detone y las palabras salgan, las palabras necesarias.

¿Cómo harán esos escritores profesionales que colaboran en medios y cada semana, cada quincena, cada mes, tienen un nuevo cuento? Bueno, supongo que cuando la escritura se convierte en un trabajo, con horarios fijos, se vuelve mecánica y se escribe sobre cualquier cosa y de cualquier modo. Incluso Bradbury, que escribía a diario, en horarios fijados por él mismo, terminó por escribir una y otra vez el mismo cuento. Hermoso, hermosísimo cuento, sí, pero el mismo siempre, con las mismas palabras, los mismos paisajes, los mismos personajes...