marzo 19, 2015

Mariposa nocturna



Mi nombre es Bernardo, pero mis amigos me llaman el Oso. Salí en mi carcacha a visitar a mi hermano, que vive en Puebla. No era muy buen conductor, pero me gustaba hacerlo sobre todo porque escuchar la radio y llevar la ventanilla abajo, dejando que el viento me enredara el cabello, era uno de esos placeres de juventud que se habían quedado en mí hasta la vejez.
            Al llegar a la carretera México-Puebla, que por la noche se encuentra libre de viajeros, destapé mi whisky, envuelto en papel de estraza como el de cualquier borracho arquetípico. Di algunos sorbos y comencé a grabar:
            —Aurelio tomó el telescopio de su padre —dije con la voz muy ronca— y lo colocó frente a la ventana de su cuarto. Tal vez podría espiar a Karina mientras se cambiaba de ropa en el edificio de enfrente.
            Desde que había tenido el accidente en la carpintería, había dejado de escribir en cuadernos, limitándome a registrar mis relatos en una pequeña grabadora de reportero. Tenía pendiente la entrega de un nuevo libro, en realidad ya estaba completo pero sentía que le hacía falta aún un cuento más, pero no lograba dar con él. Ninguno de los relatos reunidos bajo el título de Guajolote desplumado me parece apropiado para dar inicio a esta colección. Esta colección no tiene un tono general, los temas y la forma de abordarlos, abundan, ninguno es más apropiado que el resto para dar inicio al libro, necesito uno más. Un cuento absurdo, cómico y algo dramático. Si no lograba hacerlo, entregaría la colección ordenada sólo alfabéticamente, y que el editor se hiciera bolas.
            Sentí hambre. Presioné el stop, salí de la carretera y descendí del auto. Regresé a subir el volumen, esa canción me gustaba. Saqué el recipiente con frijoles de la olla. Estaban fríos, era un viaje largo y no había remedio. De una arrugada bolsa de papel, saqué un bolillo y una bolsita de rajas. Comí con ánimo, pero lentamente, disfrutando del paseo y del aire limpio de la carretera. Oriné entre unos matorrales. Un automóvil cruzó la carretera a toda velocidad. Era hermoso estar ahí, en la soledad de la noche, sin preocupaciones serias en las que pensar.
            Después de grabar algunas líneas, volví a la carretera. Hacía buen tiempo, incluso podía escuchar el canto de algunos pájaros. Una mariposa nocturna se posó en el parabrisas. No viajaba tan rápido como para hacerla puré, así que pude observarla mientras movía sus alas y trataba de huir. Finalmente, lo consiguió; en un rápido movimiento, se alejó del coche, se internó en el bosque y la seguí con la mirada. Era una bella criatura, grande como un pájaro, de movimientos delicados, era como un calidoscopio del color de los troncos en la oscuridad.
            —No vi la curva. Me salí del camino. El mundo es extraño cuando lo miras cabeza abajo. Una mariposa nocturna, con un gran sentido de la ironía, se posa en el parabrisas mientras me doy cuenta de que ya tengo el cuento perfecto para arrancar mi libro.

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