agosto 28, 2014

Leer a Cortázar o adorar a Cortázar

Cortázar es famosísimo, eso se da por supuesto. Aún se editan sus obras completas y se trabaja en prácticamente todos los talleres de lectura y creación literaria. Es un referente obligado para todo lector o escritor. Pero lo es más que por su calidad, porque perteneció a la época cuando a ciertos escritores se los encumbraba como súper estrellas. Cortázar tenía todas las características para llegar a la cumbre de la creación literaria:

Hombre, blanco, burgués, experimental.

Sin duda, nadie negará que posteriormente a él y a su época (ya saben, ese artificio para vender libros a los gringos, llamado El boom latinoamericano), debe de haber habido escritores tan interesantes como él, o incluso más interesantes. Pero ninguno ha logrado la fama de los "grandes autores" de la generación de Cortázar.

El asunto es que con la caída del boom, también desaparecieron los escritores superstars y nacieron los best-sellers, normalmente de cuestionable calidad (vienen a mi mente Anne Rice, Stephen King y las autoras de Harry Potter, Los juegos del hambre y 50 sombras de Grey), mientras que los escritores "en serio" (y no negaré que Cortázar, sin ser de mi gusto, era un escritor "en serio"; también lo fueron Bioy Casares y Horacio Quiroga, pero nadie hace tanto escándalo por ellos, pues no llegaron nunca a obtener el título de estrellas), ahora son poco menos (o más) que marginados o resentidos.

¿No es hora ya de acabar con las idolatrías? Se dicen ateos o materialistas, presumen de su pensamiento crítico, pero guardan culto por personajes que representan... ¿qué cosa? ¿Qué representa Cortázar para ustedes? ¿Qué representa Rayuela con su 'Maga'? ¿Por qué lo leen, incluso ávidamente, y no se toman el tiempo de leer con el mismo interés a otros, más bien poco recordados; o a otras? ¿Por qué no se escucha a las voces disidentes que no aclaman a Cortázar como el más grande escritor del universo?


Tal parece que para pertenecer a la doctrina de los (buenos) escritores o de los (buenos) lectores, se requiere del "reconocimiento de las mismas verdades y la aceptación de una cierta regla (...) de conformidad con los discursos válidos"[1]. Si no se reproducen los mismos dogmas, se es excluido como a un hereje. ¿Por qué ocurre esto con el autor que nos ocupa?

Quizá porque Cortázar (como Rulfo, como Kafka, como Borges, como Pacheco) es algo así como un autor fetiche, lectura obligada para la juventud. Exaltar, no sé si también leer efectivamente, a Cortázar es un requerimiento sine qua non para ser tomado en cuenta entre "los escritores" modernos.

Me dirán algunos que lo leen porque es bueno o, mínimo, porque les gusta. Pero eso es un argumento más bien falaz. En primer lugar, el gusto personal no es un argumento válido a favor o en contra de nada (excepto del derecho individual de hacer algo, lo cual es bastante ya de por sí). Es falaz más bien porque hay muchos otros que son buenos, incluso mejores que Cortázar, o que pueden llegar a gustarles más; si fuera verdad que lo leen por gusto o por su calidad, entonces leerían con la misma avidez a otros, por las mismas razones de gusto o calidad. Pero no es así.

¿Por qué leen tan ávidamente a Cortázar?

¿No será porque todos lo leen? ¿Porque en todas partes te dicen que "hay que leer a Cortázar"? ¿Por moda u obligación? ¿Porque alguien les dijo que no leerlo y rendirle culto es una blasfemia? Si tienes una respuesta, por favor déjala aquí.


[1] Foucault, Michel. El orden del discurso. Barcelona, Tusquets. 1999. p. 43.

agosto 07, 2014

El metro


Michael Wolf

En horas pico, todos lo hemos sufrido, la multitud se agolpa. Una señora se abre paso a codazos, cargada de bolsas. Un hombre aprovecha los apretujones para tocar a una muchacha que probablemente no alcance los dieciséis años. Aquella persona trata de acercarse a la puerta y pregunta: “¿Bajas en la que sigue?” cuando lo que en realidad quiere es que te quites. El metro de la ciudad de México, todos lo hemos vivido y sufrido.
            Era la hora pico y la estación era un hervidero de oficinistas, estudiantes y comerciantes. Las puertas se abrieron y un puñado de personas trató de descender al mismo tiempo que otro puñado varias veces mayor trató de entrar. Yo formaba parte de estos últimos. Algunos salieron, otros maldecían. Las puertas cerraron al fin, tras luchar con panzas, maletas y hombros que les impedían hacer su trabajo, y yo quedé embarrado contra el vidrio.
            Y ahí, con la cara pegada al vidrio, lo vi apuntándome, listo para disparar. Yo cerré los ojos, incapaz de mover mi cuerpo y darle la espalda como era mi intención. Cerré los ojos, consciente de lo que me hacía a mí mismo cada mañana, en este horrible lugar, respirando los hedores de los demás, siendo invadido en mi propio espacio personal, mi propio cuerpo, siendo humillado por un sistema de transporte de pésima calidad, lento, lentísimo, que nos roba la dignidad, nos despoja de la humanidad, de la poca que nos queda, esa cosa que nos lleva a aceptar estas ordalías diarias para ganarnos el dinero que necesitamos para alimentar a nuestros hijos o a nuestros padres.
            Y ahí, con la cara pegada al vidrio como una mosca apachurrada, cerré los ojos, con la esperanza vana de que el fotógrafo no fuera capaz de retratar mi vergüenza.