noviembre 24, 2012

Toc-toc / ¿Quién es? { o Lautréamont y la Comunicación Imposible }



Toc-toc / ¿Quién es?

{ o Lautréamont y la Comunicación Imposible }


Si yo supiera lo que es la poesía,
no tendría por qué escribirla
—René Char

Si alguien tiene genio, se
lo hace pasar por idiota
—Lautréamont; Canto primero


El Conde de Lautréamont (Isidore-Lucien Ducasse; Montevideo 1849–París 1870) sin duda es un poeta difícil. Difícil en un sentido que para los académicos podría significar “oscuro” (poco claro, vago, difícil de comprender, incierto, peligroso). Asimismo se lo ha llamado loco, como se llama loco al ser incomprensible: La locura no se da a entender. La locura tiene sus discursos particulares y cada locura se comunica sin comunicar (al menos, en una primera aproximación), y lo hace (si lo hace) a su manera[1].
     En este ensayo abordaremos el tema de la locura en relación a la obra de este singular poeta; asimismo, hablaremos del acto de escribir, y qué tiene qué ver esto con la comunicación.

La escritura como acto y agresión. Escribir es hacer una lectura a priori, es lo más parecido a leer lo que aún no se ha escrito, o lo que se está escribiendo, o también, escribir lo que uno quisiera leer si en ese momento uno fuera lector en lugar de escritor, y de este modo, anticipándose a la conclusión; es sólo que Lautréamont escribe, al parecer, sin preocuparse de que lo entiendan. Quizá, al igual que Mallarmé, no buscaba ya el reconocimiento general, sino la discusión de su obra[2]. En sus Poesías, y sobre todo en sus Cantos de Maldoror, Lautréamont no se explica, tampoco se justifica, “no aspira a nada, no presiente ningún Soberano Bien, más allá del bien y del mal, no transmite mensaje alguno”[3], y esto es, sin duda, un punto a favor de su obra.
     Y es, probablemente digo, esta ausencia de mensaje, lo que ha llevado a más de uno a considerar al Conde como un autor hermético, oscuro, aunque “acaso no debiera hablarse de oscuridad, sino de una luz un poco turbia [...] que oculta más de lo que manifiesta”[4]. En esos animales extraños, en ese pulpo alado que es a la vez pulpo y vampiro, en esas ventosas que se cierran sobre su presa, se manifiesta un desorden, pero este desorden, este caos[5], digamos esta fantasía, es sólo la mascarada de alguna otra cosa. Quizá de la agresión, si creemos en lo que nos dice Gaston Bachelard, quien redacta una obra bastante ilustrativa sobre este tema[6]. El Conde pretende, y en parte lo logra, agredir a su entorno, su sociedad, su cultura, y su arma de ataque es la escritura. Lástima que no fue leído bastante en su tiempo.

No gusta, no gusta. Uno puede tomar el Maldoror, sentarse, comenzar a leer, cerrar el libro en repudio y asegurar que no tiene sentido, que es el producto de una mente enferma (porque a la locura se le ha asignado un lugar junto a la enfermedad, y quizá el problema radica en que nos lo hemos creído, en que hemos naturalizado esa ridícula creencia). Pero, preguntemos con total honestidad, ¿realmente cuántas veces nos detenemos a reflexionar en torno a la locura, o también en torno a qué significa que algo sea de nuestro gusto o que no lo sea?
     La polémica en torno a la poesía de Ducasse es la misma que se ha formulado en torno a tantos otros, que parecen haber trascendido el lenguaje para ir más allá del lenguaje, o que en apariencia no dicen nada, que no comunican nada a través de su escritura. Lautréamont pertenece a la raza de los Rimbaud, de los Artaud, de los Nerval[7]. Y a todos y cada uno de ellos se los ha llamado locos, porque han resultado incomprensibles para sus primeros lectores, ininteligibles por oscuros, porque no dicen nada. Pero, ¿será así? Esta locura, este mutismo, ¿no serán más bien pura sordera?
     Si la poesía de Lautréamont no dice nada, si no trasmite ningún mensaje ¿cómo es que ha habido algunos que le han escuchado? La voz de su poesía es una voz disonante, un grito y un ruido, un balbuceo, primitivo y puro, y en él radica toda la agresión de Ducasse-Lautréamont-Maldoror. Los que han sabido escuchar estos Cantos, no los han olvidado nunca. En especial, Dadá con Trisan Tzara, así como André Breton y los surrealistas[8].
     ¿Que Lautréamont es incomprensible? Eso depende de cómo se lo lea. Si el lector trata de dar un sentido literal o incluso lírico-metafórico a cada palabra sobre el papel, si pretende una univocidad en los sentidos, en los significados de cada signo, como en alguna clase de esperanto analítico, irremediablemente se perderá en los laberintos de la comunicación imposible, pues “separado de la representación, el lenguaje no existe [...] mas que de un modo disperso; [...] el lenguaje llega a surgir para sí mismo en un acto de escribir que no designa más que a sí mismo”[9].

Otras formas. Ante otro tipo de lenguaje, hace falta otro tipo de comprensión. Ya no se trata de explicar, de afirmar que el autor trataba de comunicar esto o aquello, menos todavía de deducir una enseñanza de lo que se ha leído; comprender entonces será más parecido al amor[10]. Así es como la obra del Conde habla, según sus propias reglas, según su propia gramática, según su nuevo lenguaje; por eso, los autores como Lautréamont no son comprendidos hasta que alguien se formula reglas parecidas, o por lo menos que no le sean del todo contrarias. Poe sólo podía ser comprendido por Baudelaire, que lo amaba. Rimbaud sólo podía ser comprendido por Verlaine, que lo amaba. Ahora queda claro.
     Hay aún algo que decir sobre la locura. Una de sus formas más comunes es la esquizofrenia, o la escisión del yo. Las famosas fórmulas de Nerval (yo soy el otro) y de Rimbaud (yo es otro), en Ducasse sería alguna cosa equivalente esto: Ducasse se borra, deja al Conde de Lautréamont actuar, y el Conde decide borrarse en favor de Maldoror. El lenguaje era una “multiplicidad enigmática” que debía ser dominada, para “devolver a la constricción de una unidad quizá imposible el ser dividido del lenguaje”[11], pero el Conde, seguido no sin reservas de los simbolistas, después (menos defensivamente) Tristan Tzara y los dadaístas, y luego, y sobre todo, los surrealistas, quienes no gustaban de los lugares apretados, le da rienda suelta. Y al hacerlo así, deja (y dejan) que sea la palabra misma quien hable.
     Esta duplicidad (o multiplicidad) del carácter podría haber parecido locura en una época ya pasada, pero a más de 100 años de Psicoanálisis freudiano podemos saber con certeza que todos compartimos, en mayor o menor grado, esa característica, y no se trata de una simple duplicidad maniqueísta bueno-malo, sino de toda una colección de lo que podrían parecer personalidades completas. Afirmaba Carl Jung (freudiano, a pesar de sí mismo) que cada ser humano contiene en sí lo que popularmente se puede designar como “dos personalidades”[12], y no obstante, eso está aún muy lejos de ser una verdadera psicosis. Ducasse es uno, el Conde es otro, y Maldoror otro más, pero al mismo tiempo, se podría establecer esta nueva fórmula: Ducasse es Lautréamont es Maldoror. Igual pasa con cierto poeta portugués. Fernando Pessoa es Alexander Search es Alberto Caeiro es Ricardo Reis es Álvaro de Campos y tantos otros que quizá nunca tuvieron la oportunidad de publicar, siquiera de escribir. Y nadie puede asegurar que la obra poética de Fernando Pessoa (ortónimo) no esté completa sino dividida cuando se conjunta con la de sus heterónimos, ni tampoco lo contrario. No sabemos si se trata de una obra poética o de varias. Podemos tomar partido por una u otra postura, pero no es más que un asunto de fe.

El otro en monte. Y podríamos seguir con este juego de lógica surrealista (por no decir libremente asociativa); podríamos seguir con preguntas y aproximaciones de respuestas: ¿Quién escribe en la obra de Ducasse? No lo sabemos, no hay registro conocido donde se le haya preguntado y él dejara su respuesta; o quizá sí lo sabemos: escribe el Conde, o más concretamente, escribe Maldoror, lo que equivale más o menos a decir que es la palabra en sí la que habla, porque Maldoror es una invención del lenguaje del Conde, quien también era una invención de Ducasse. Pero no hay que olvidar algo que resulta de enorme relevancia: Lautréamont literalmente se traduce como “el otro en monte”; entiéndase así: El otro en Montevideo. De lo poco que se sabe de su biografía, lo más certero es que Isidore Ducasse haya nacido en Montevideo, y fue más tarde que partió a Francia. Ducasse deja que el otro escriba. Ese otro ausente, ese otro que se quedó en Sudamérica. Quizá lo que confundimos con locura no sea sino nostalgia.
     Y seguimos: ¿Qué es la palabra? Ante todo, el medio principal de la comunicación. Comunicación es la clave aquí: ¿Qué comunica la poesía? Antes de dar una aproximación de respuesta, digamos que, por lo general, la palabra comunica la realidad; “la realidad es lo común, pues es lo compartido; [...] el mundo se vuelve plenamente común cuando se comunica por la palabra”[13]. Decimos por lo general, pero en el caso de la poesía, y más en los estilos de poesía turbios, la palabra comunica lo inventado desde ella. “En nuestra experiencia diaria necesitamos decir cosas con la mayor exactitud posible, y hemos aprendido a prescindir de los adornos de la fantasía en el lenguaje y en los pensamientos”[14], aunque es más probable que esos adornos sean aprendidos más tarde. Sin embargo, la poesía no es la experiencia de comunicación diaria; es así que la comunicación se vuelve imposible en los términos propios de la realidad por consenso. La poesía comunica una realidad que le es propia, “y cuando la poesía nos lo hace concebir, nos percatamos que ese mundo no es éste”[15], y no nos queda más que salir huyendo, o aprender a amarlo. Esto parece obvio, mas ¿cuántas veces nos hemos detenido a reflexionarlo? Lo más obvio es lo menos visible, y sólo cuando es señalado aparece su calidad de evidente.
     Alejándonos un poco, podríamos preguntar también: ¿El escritor no se ve acaso como parte de lo que está siendo o ha sido escrito? Maldoror es el Conde es Isidore. Los Cantos de Maldoror son al fin y al cabo las voces de Isidore-Lucien Ducasse. Ello nos remite de inmediato y de vuelta a la locura de este último. Si Ducasse vivía[16] las experiencias de los Cantos de Maldoror, entonces podría ser factible la afirmación de que estaba loco (de acuerdo a lo que en la actualidad entendemos por locura), aunque las experiencias neuróticas (y también las psicóticas, claro está) no son sino manifestaciones exageradas, patológicas en diferentes grados, de los fenómenos psíquicos normales[17], presentes en todos. En el contexto de la obra, en su texto y su realidad, hay una coherencia y unas reglas específicas propias; fuera de ahí, la obra es extraña, y causa extrañeza[18]. Así como es normal ver un tiburón alimentándose en el mar, resulta extraño ver al mismo animal alimentándose en una iglesia. Isidore Ducasse está loco, pero sólo en tanto que la locura significa eso que es diferente y a lo que no aspiramos a comprender. Isidore Ducasse está loco, visto desde la perspectiva del mundo psiquiátrico.
     ¿Que le hemos dado la vuelta a nuestro discurso? Quizá. Y era necesario. Sólo de esta forma podemos esperar un poco de luz clara sobre tanta luz turbia. Y, al fin, ¿quién puede distinguir plenamente entre el ser dividido y el ser múltiple? Pero también se puede invertir el discurso de la locura. En un texto de 1893 sobre Lautréamont[19], cuyo autor se desconoce, se afirma que el autor de los Cantos de Maldoror es en definitiva un loco, un “lúgubre alienado”, pero este mismo autor nos pide recordar que el deus enloquecía a las pitonisas, y que la fiebre divina que padecían los profetas causaba efectos similares, y también sugiere que tengamos en cuenta que el autor vivió esas experiencias, y que su obra no es una obra literaria, sino el grito y el aullido de un “ser sublime martirizado por Satanás”. En tal caso, no podemos diferenciar entre el loco y el poseso, pues ambos terminan siendo lo mismo. Yo es otro. La otredad. La voz profunda del inconsciente[20].
     ¿Estaba loco Lautréamont? ¿Era misántropo Nietzsche? ¿Un oportunista Dalí? ¿Homosexual Lou Reed? ¿Bukowski un borrachín? No tengo una respuesta definitiva. No sé si Ducasse estaba loco, no sé si el Conde estaba loco. Estoy convencido de que Dalí fingía. La locura, hay que reiterarlo, es el reino de todo aquello que no comprendemos, pero elaborado en una fórmula invertida, cuya formulación en la realidad podría no ser otra que ésta: a todo aquello que no comprendemos, todo eso que no tiene sentido según nuestra forma de percibir el mundo (como consenso), lo encasillamos invariablemente bajo la etiqueta de “locura”. Y, de esto no hemos sido capaces de darnos cuenta, a la locura se la encierra no para curarla, no para cuidarla, sino para evitar que dañe la realidad a la que ella no puede o no quiere pertenecer. Este encierro es más bien un exilio. “Muchos precursores [...] fueron víctimas del innato conservadurismo de sus contemporáneos”[21], y se los llamó locos en un intento, a veces tristemente conseguido, de hacerlos callar. Y después de años de meditarlo, aún no consigo hallar un argumento válido que justifique que a alguien se le encierre.

Juicios morales. Si Lautréamont es llamado loco es más bien para restar el valor a su obra (la locura es antisocial, es un término peyorativo, una palabra que se emplea para agredir), y con ello evitar que dañe las obras de los autores que sí han respetado los cánones y las buenas costumbres y al propio establishment. En la época clásica, y de ella proviene la mayor parte de nuestra cultura moderna, la experiencia de la locura se configuró desde el juicio moral. Tal vez a nosotros nos resulte extraño y hasta dudoso, y no obstante la moral jugó un puesto importante en la clasificación de las llamadas psicopatologías[22]. Pensemos por un momento que la obra de Lautréamont nace de un delirio, que lo colocaría en el plano de la locura; la definición de delirio, formulada por los médicos y filósofos de la época clásica, se refiere a la imaginación “perturbada y desviada, la imaginación a medio camino entre el error y la falta, por una parte, y las perturbaciones del cuerpo, por la otra”[23]. A las alucinaciones se las trató de “enfermedades cuyo síntoma principal es una imaginación depravada y errónea”[24]. Estas dos definiciones, muestran claramente el papel que la moral juega en esta organización. El Conde, cuya obra puede considerarse inmoral, tuvo que ser llamado loco por los representantes de la moral y las buenas costumbres de su época para defender el estado de cosas. Sin embargo, también fue llamado precursor y elegido como uno de los suyos por André Breton y los surrealistas. Ellos lo comprendían. Y al hacerlo, fueron los primeros en arrancarle la locura al Conde (no es locura lo que se comprende; no es locura lo que no escandaliza). Ellos fueron sus psiquiatras, sus psicoanalistas y sus psicoterapeutas. Y, de esa manera, permitieron que nosotros descubriéramos la luz detrás del velo de sombras que la ocultaba. Y desde entonces, ya no hay marcha atrás, el Conde de Lautréamont ha sido liberado de su encierro, y ahora es momento de que haga de las suyas.
     En resumen: Ducasse es un loco según la Psiquiatría y la Psicología Clínica ortodoxas, es un poseído demoníaco según la Teología. Pero lo más importante es que, según la poesía, Ducasse es un Iluminado.


[1] Para una mejor lectura sobre el tema de la locura, en un sentido arqueológico, no clínico, ver: Michel Foucault. Historia de la locura en la época clásica. México, FCE. 2002. 2 Volúmenes.
[2] Ver: Pablo Mañé Garzón. “Prólogo”, en: Stéphane Mallarmé. Poesía completa. Barcelona, Ediciones 29. 2004. p. 15.
[3] Marcel Raymond. De Baudelaire al surrealismo. México, FCE. 2002. p. 251.
[4] Michel Foucault. Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. México, Siglo XXI. p. 295.
[5] No hablo aquí del disorder, que puede traducirse como “desorden” o como “trastorno”, sino de la ausencia de orden o control. Pensemos que si el entorno social pretende ejercer un cierto control sobre sus habitantes, entonces este “caos” puede ser una de las formas de resistencia contra ese control.
[6] Ver: Gaston Bachelard. Lautréamont. México, FCE. 1985.
[7] Marco Antonio Campos. “Introducción”, en: Arthur Rimbaud. Una temporada en el infierno. México, Ediciones Coyoacán. 1999, p. 5.
[8] Sobre la génesis y evolución del Surrealismo, ver: Patrick Waldberg. Dadá: la función del rechazo. El surrealismo: la búsqueda del punto supremo. México, FCE. 2004.
[9] Michel Foucault. Las palabras y las cosas. Op. Cit. p. 296.
[10] Amor: Sentimiento que inclina el ánimo hacia lo que le place. Objeto de cariño especial para alguno.
[11] Michel Foucault. Las palabras y las cosas. Op. Cit. p. 297.
[12] “Acercamiento al inconsciente”, en: Carl G Jung. Et Al. El hombre y sus símbolos. Barcelona, BCU. 2002. p. 20.
[13] Óscar de la Borbolla. “Sobre la esencia de la poesía”, en: Acciones textuales. Revista de teoría y análisis. Año 2, No. 3. México, UAM-Iztapalapa. 1991. p. 69.
[14] Carl G. Jung. Op. Cit. p. 39.
[15] Óscar de la Borbolla. Op. Cit. p. 69.
[16] O, diríamos, vivenciaba; es decir, creía vivir, tenía la certeza de experimentarlas.
[17] Entiendo la normalidad como lo común, como lo que se repite constantemente en la realidad cotidiana y que es compartido por las masas. Recomendable para este punto de vista es revisar el ensayo de Freud Psicología de las masas y el análisis del “yo”.
[18] Ver: cita 1.
[19] Ver: http://www.maldoror.org
[20] Para una mejor comprensión del término “inconsciente” (junto a “pre-consciente” y “conciente”), ver: Sigmund Freud. “Lo inconsciente”, y “Lecciones introductorias al Psicoanálisis” en: Obras Completas (vol. 2). Madrid, Biblioteca Nueva. 2003. pp. 2061-2082 y 2293-2031, respectivamente.
[21] Carl G. Jung. Op. Cit. p. 27.
[22] Ver: Michel Foucault. Historia de la locura en la época clásica. Op. Cit. pp. 306-311.
[23] Citado en: Ibídem. p. 311.
[24] Citado en: Ibídem. p. 309.

noviembre 16, 2012

Cuando crezca quiero ser Spider Jerusalem


Anoche tuve una intensa discusión con un sujeto en una página dedicada a los cómics, todo porque dije las palabras "it's only comic books", "son sólo historietas". La frase, así, fuera de contexto, suena peyorativa, irrespetuosa de un medio que ha sido catalogado "para niños" como si los niños fueran seres estúpidos que merecen sólo caca y basura. Yo me refería a que ni los cómics, ni ninguna otra cosa deben ser tomadas tan en serio que lleguen a dominar nuestra vida y no seamos capaces de verlas con una luz crítica. Pero claro, decir "son sólo historietas" suena a que no tienen la menor relevancia.

Bueno, no, no es así. Claro, es fácil pensarlo de ese modo porque en México los únicos cómics que conocemos son los de superhéroes de Marvel y DC, generalmente de muy baja calidad, y los otros, Mafalda, por ejemplo, o Carlitos y Snoopy, no sabíamos que también se llaman cómics; pero no todo en este medio es lo que DC y Marvel han hecho, del mismo modo que no todo el cine es Rambo sino también existe Bergman, ni toda la literatura es Crepúsculo sino que también está Kafka, lo mismo puede decirse de los cómics. No todo es acción superheróica, también tenemos From Hell, The Invisibles, Sandman, Crossed, Army@Love, Love and Rockets, American Splendor, Blankets, The Crow, Unknown Soldier, Ghost World, Elfquest, Cerebus, Transmetropolitan.

Y pienso sobre todo en Transmetropolitan porque no se parece a nada en el mundo. Es un cómic de periodismo y ultraviolencia en un mundo futurista con reminiscencias de Burroughs y los poetas beat, con algo de La naranja mecánica. Escrito por Warren Ellis e ilustrado por Darick Robertson, Transemtropolitan cuenta las aventuras del asqueroso y amargado Spider Jerusalem, un periodista sin pelos en la lengua, sin compromisos de ninguna clase salvo con la verdad, se trata más o menos de una versión cyberpunk de Howard S. Thompson, que habita en un mundo que se ha ido al carajo, demasiado parecido al mundo en que vivimos nosotros, quizá la única diferencia es que en Transemtropolitan, los gatos fuman cigarrillos.

El autor, por medio de Spider Jerusalem y los otros personajes de Transemtropolitan, nos explica el mundo moderno, y no se arredra a la hora de criticar duramente al statu quo, a las clases dominantes, a la cultura popular que se ha vaciado de sentido, o de retratar el hastío social y moral, la hipocrecía general, y cualquier otra cosa que se les ocurra; a la hora de lanzar sus violentas observaciones, Warren Ellis tampoco se cuida de ser condenscendiente con nadie por su clase social, raza o nacionalidad, a todos les toca una porción de sus duros análisis. Todos somos en mayor o menor medida responsables de que el mundo sea tal como es ahora.

Spider Jerusalem está obsesionado con destruir a los políticos (iba a decir políticos corruptos, pero sería una necedad, un pleonasmo) y con conseguir sexo, pues hace mucho que no logra llevarse a ninguna chica a la cama. Consume drogas, fuma como chacuaco, es mal hablado, es violento, tiene pésima higiene personal. Sin embargo, Spider Jerusalem es uno de los hombres más decentes que uno puede conocer en este mundo enfermo y triste. Por eso cuando crezca quiero ser Spider Jerusalem.


Los dejo con algunos momentos inolvidables de la inolvidable vida de Spider Jerusalem:

 




noviembre 11, 2012

Los perros de la tormenta: Storm Dogs de David Hine

Comprar un cómic nuevo siempre es un riesgo, no necesariamente porque pueda ser malo, eso es obvio, especialmente en un mundo dominado por Warner y Disney (o sea, DC y Marvel), sino también porque puede sencillamente no ser de tu agrado. Así que digámoslo sin rodeos: Storm Dogs, el nuevo cómic de David Hine (Crossed: Badlands, Bulletproof Coffin) es un riesgo, sobre todo porque aunque es un título bastante bueno, el hecho de ser una combinación de ciencia ficción, western y novela policiaca podría alejar a muchos lectores potenciales.

Bueno, sí, pero entonces a quién le puede gustar este título, se preguntarán. Todas las distancias y proporciones guardadas, el David Hine de Storm Dogs me recuerda a Warren Ellis, más en su papel de fantasista y creador de asombros (Planetary, Freakangels) que de crítico de los sistemas sociales o de bastardo hardcore (Transmetropolitan, The Authority).

Storm Dogs es un cuento de investigación (una serie de crímenes inexplicables que deben ser resueltos por un equipo formado especialmente para ello), western (un grupo de malencarados que toman la ley en sus manos) y ciencia ficción (ocurre en un planeta lejano, con toda una psicología por descubrir, un gobierno siniestro, y muchas criaturas exóticas). No es ciencia ficción en el sentido en que lo son los cuentos y novelas de Ray Bradbury, Philip K. Dick, William Gibson, o películas como Odisea 2001, La Luna o Alien. Es ciencia ficción como lo podría ser Star Wars, es decir una fantasía (un western en este caso) ubicada en un escenario exótico.

También parece ser un comentario (que no una crítica) sobre el estado de cosas actual, donde existen leyes que de ser aplicadas, encaminarían la cultura hacia una utopía, mientras que en la práctica, no se aplica realmente. En Storm Dogs, una ley prohibe a las civilizaciones avanzadas interactuar con aquellas atrasadas, o por lo menos no utilizar tecnologías de vanguardia en entornos culturales que no son apropiados, pero nadie respeta esa ley, comenzando por los propios indígenas, que gustan de curiosear alrededor de las razas extrañas. Exactamente igual a lo que ocurre en Star Ocean, el famoso RPG de ciencia ficción existencialista.

Si les han gustado cosas como Saga (Brian K. Vaughan) o Planetoid (Ken Garing), es muy probable que Storm Dogs sea para ustedes.

Apoyen el cómic independiente, no consuman Marvel, no consuman DC (sólo Vertigo y eso, con cuidado).