septiembre 03, 2012

Un café malo

-->
Un café malo

Pero, con rumbo a un poste,
Llega de prisa, malo y aterido,

Un negro Angelote de vacila
Luego de comer demasiada yuyuba.
—Rimbaud

Estoy en la mesa bebiendo café malo mientras espero al diablo. Dijo que vendría y no tengo razones para no creerle.
     El café está frío. Debí pedirlo con menta. Vierto más azúcar en él. Leo unos poemas de Rimbaud y observo la fotografía del niño en el llavero-portarretratos que encontré sobre la mesa. Una muchacha bonita platica animadamente con una muchacha fea. Ríen. Es la risa sonora de la gente vulgar. La alegría es siempre algo vulgar.
     El café se ha terminado. Pido otro. Las tripas me avisan que debo hacer espacio si quiero meterles algo más. Salgo del café sin pagar y camino en busca de un baño. Indago. Pero ningún comercio permite a los clientes hacer uso de los baños.
     Le pregunto al puerco de tránsito si él no sabría dónde encontrar un baño público, pero los puercos no saben nada, por eso son puercos y no, digamos, trabajadores honestos.
     A lo lejos, detecto la presencia de una plaza comercial. Al centro de ella, como la mansión de un gran señor feudal, se levanta un Soriana.
     Pago los 3.50 que cobran por cagar y cago. Y mientras lo hago, leo un par de poemas. En el muro de plástico escribo: “Ha llegado el tiempo de los asesinos revisited”.
     Vuelvo al café a paso lento. Ya no había urgencia. Sobre mi mesa, la fotografía del niño permanece intacta. Me siento. Traen café, bebo y lamento no pedir mi café con menta y leo algunos poemas mientras sigo esperando la llegada del diablo. Dijo que vendría y no tengo razones para no creerle.