febrero 24, 2012

Inés: el Infierno en la Tierra



Las obras de Elena Garro, la máxima escritora que ha dado México, pueden parecer dulces y coloridas. Pero bastan unos pasos dentro del universo que es su literatura, para encontrarse irremediablemente perdido dentro de un paisaje gris y sombrío, demasiado parecido al mundo real, con sus crímenes y sus edificios viciados.

Inés, de 1995, aunque en 1975 ya existía como un cuento, puede considerarse una de sus novelas de la cúspide, la más alta cima, de la cual un solo paso más conduce a la irrevocable sima. Inés, cual sol de Ícaro, lleva al lector de lo más bajo a lo más alto, y no lo devuelve, lo deja caer.

¿Que cómo hay que leer Inés? Como obra de arte, como parte de la dialéctica interna de la autora, como chisme familiar que retrata su relación matrimonial con Octavio Paz. No he usado conjunciones para describir estas tres formas, porque no son tres formas separadas, en realidad no son tres formas sino una sola. No puede separarse a Elena Garro de Inés. Así que lea. Con los ojos abiertos. Con las ventanas de la nariz y los oídos abiertos. Como una narrativa de las correspondencias (aunque sólo sea por las analogías que hace la protagonista), Inés no sólo es literatura visual, también huele, a veces a cadáver, y también suena, como llanto y como grito y alarido de una entraña del subsuelo.

Es una novela realista. Y también es una novela de terror. Muy dura. Terror realista* Inés, conducida por unos fantoches llamados «Jesús y el Señor», penetra en los corredores del infierno, donde demonios se regocijan arrancándole la piel y la sangre, muy parecido a lo que ocurre en The hellbound heart, novela más representativa de Clive Barker, autor más representativo del physical horror, ese terror que no tiene nada de pesadillezco, sino de real, el terror de la sangre y de la carne, de la tortura y el dolor. Ese terror quizá doméstico que en este momento está sucediendo en la casa de junto o en la de enfrente.

"La virginal Inés es secuestrada por un círculo de malditos que ofician rituales de ignominia y crueldad", dice la contratapa (de la edición de 2008, por Joaquín Mortiz; la que representa la imagen de arriba). Satanismo sesentero, muy en la onda de Ira Levin y su Rosemary's baby (1967). Claro que a Rosemary no la intentaron matar, sólo manipular, convertirla en la fábrica de bebés de Satanás. Pero Inés es la víctima sin objeto, a menos que el objeto sea la crueldad por placer. Y si dios es amor, el Señor (que primero sólo es nombre, luego una presencia invisible, después un reflejo en un mueble pulido, y cuando adquiere cuerpo físico, es un hombre de negocios brutal, peor que el diablo), el señor Javier, como se llama, es odio puro, deseo absoluto de destruir y apoderarse de no importa quién. Poseerlos y devorarlos. "Destruir, exterminar y vengar".

Es la temática general de muchas de las obras más importantes de Elena Garro, ese feminismo que no es una cuestión de sexo (o género), sino de clase social. Hombres (y mujeres) ricos y poderosos que usan, abusan y destruyen a hombres (y mujeres) pobres e indefensos. Iba a poner "inocentes", pero hubiera mentido. No todas las víctimas de los villanos de Elena Garro son inocentes, pero tampoco puede decirse que sean culpables, merecedores del infortunio que les ha sido concedido como un don de Lucifer:

"--No, no, no, tú no conoces el mundo. Lo único que cuenta es el ¡dinero!, y como nosotros no tenemos una perra gorda, estamos jodidos".

La maldición es la pobreza. Elena Garro, feminista, no luchaba por la superioridad de las mujeres, sino por la igualdad económica, cultural, social, legal, del ser humano. Sus personajes generalmente son mujeres, porque era lo más inmediato para la autora. Porque ella, Elena, fue perseguida, humillada, ninguneada, destruída. Su obra, como denuncia y como lucha, no toma a la mujer como ideología, sino como ejemplo. Defiende a la mujer no del hombre, que está en las mismas condiciones de miseria, sino del poderoso, que la mayoría de las veces, no siempre, es hombre.

Inés muere, nada cambia. La ciudad de sombras pardas y rostros pálidos sigue ahí. Todo este infierno no ha sido más que el retrato de la vida cotidiana de los hombres pobres frente a las corporaciones y los hombres ricos. No hay nada de sobrenatural en esto. Pero todo esto es antinatural.

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