agosto 22, 2011

Letras de Maya

Letras de Maya




Maya comenzó a redactar:

/'pje/, /pi'e/, /'pie/
“Me pregunto”, pensó mientras mordisqueaba las viejas marcas de dientes sobre el lápiz HB, “cuántas veces se usará la palabra pié en la lengua española”.

Aunque le gustaba la gramática, pensaba que la fonología era un poco boba, “con razón le gusta tanto a Érica”. Érica era la profesora de gramática, una mujer más joven que Maya, “tendrá unos veintiséis”. ¿Y qué podía tener que ver un diapasón y un osciloscopio con las palabras? ¿Acaso la gramática se parece a la afinación de un piano o a un mp3 en el Winamp?

Volvió a la hoja:

¡Qué tontería! Mi nombre, ¿cómo será mi nombre? ¿/'maλa/? A lo mejor, pero tanta incertidumbre me da dolor de cabeza, de núcleo y de coda.
Cuando vio lo que había escrito, arrancó la hoja del cuaderno y la hizo una bola, que arrojó fuera del cesto de la basura. No le gustaba desperdiciar papel, no le gustaba la tala de árboles excesiva, pero si mil árboles contrarrestan la podredumbre de a penas cuatro coches al año, ya podía considerársele a todo intento de reforestación, una batalla perdida. Necesitas más de cincuenta mil árboles para atacar lo de doscientos cincuenta y seis coches. Además, también había que pensar en las familias que dependían del trabajo de los taladores, la economía no estaba para ir abandonando trabajos así como así.

Decidió que no podía pensar con el estómago vacío y se fue corriendo a la cocina, esquivando por nada la puerta floja de la alacena, y para qué, para descubrir que sus reservas de helado de chocolate habían desaparecido misteriosamente. No podía ser Azucena, “está a dieta”. Sólo había una posible respuesta, pero era mejor no pensar en eso o podrían generarse algunos kilos de culpa extra, y “la culpa la hace a una verse menos bonita. No hay que perder la clase”.

Se calzó sus botas rosas (sin atarse los cordones blancos grises) y se echó una sudadera verde encima. En la tienda de conveniencia se encontró a Marquitos. Maya pensó: “/mar'kitos/”. Le dio un beso en la mejilla. Tomó un bote de litro y medio (producto tipo helado con sabor a chocolate, ingredientes: manteca vegetal, colorante y saborizante; nada de helado ni de chocolate, pero estaba bueno) y lo pagó.

—Maya —dijo Marquitos, y lo pronunció “masha”. Marquitos fue criado a partes iguales en Azul, Buenos Aires y en Iguala, Guerreo, lo cual explicaba muchas cosas además de su forma de hablar—. ¿Vas a mi casa mañana a la tarde a ver movies?

La última vez que Maya fue a casa de Marquitos “a la tarde a ver movies” terminaron revolcándose en el suelo, con los sensuales fraseos y gemidos de Andy Lau y la sabrosa Jane March como banda sonora. Fue divertido, y le gustaría repetirlo…

—No puedo —contestó ella, jugueteando con los cordones de la capucha.

…pero había mucha tarea de gramática que terminar (y que comenzar, por supuesto), helado que beber y estupideces que pensar.

Se despidió del muchacho (cinco años menor que ella), y al entrar a su casa puso un disco de los Gene Loves Jezebel (en modo shuffle, por supuesto), se puso a darle a la bailada buena (wonderful rockabilly girls) y se despojó del exceso de ropa. Cuando terminó la segunda canción, estaba exhausta.

Entre gemidos, suspiros y bostezos cansinos, regresó al escritorio. Puso una hoja limpia sobre él, deslizó el lápiz sobre el papel mirando unos guantes de colores que había sobre la lámpara.

Cuando Esteban sonríe parece que mi corazón se hace más grande
Si tan sólo pudiera dejar ir a ese pobre chico
Cuerpo flaco Cuerpo flaco


¿Hace cuánto que no te enamoras? No me refiero a esas noches o a esos días que se prestan o regalan para ir a ningún lado, o quedarse en la cama o en el suelo. Me refiero a esa sensación que se manifiesta en el cuerpo, en las vísceras, que provoca que una persona, una sonrisa, un nombre, una cabellera, unos zapatos sucios ronden tus pensamientos. Me refiero a eso que hace que sonrías como si no existiera la muerte cada vez que esa persona o esa sonrisa te dicen alguna cosa.

Maya creía que no creía en el amor. Pero las letras traicionan, muestran verdades desconocidas, revelan mentiras y deseos. No se puede luchar contra la verdad que insiste en mostrarse en todo su descarnado salvajismo.

—Could it be you don’t spend enough time with me —canturreó Maya con esa voz como de Eva O. sin talento que la hacía sentirse avergonzada cuando tenía que hablar en público, que secretamente la enorgullecía cuando se ponía a cantar en la soledad de su casa— Could it be you don’t spend enough time with me.

Pero, y esto era el quid del asunto, ¿se atrevería a ponerle nombre a ese alguien, a esa sonrisa, a esos zapatos viejos de suela de goma? ¿Podría usar su maltrecho lápiz para escribir tan ansiado nombre?

J.A.

“Quiero un novio como J.A.”, pensó. “/λei'aston/, ¿o debería separarlos?” Pero aunque no en el papel, es su mente quedó inscripto un nombre: Julio. Y se necesitaría mucho valor para salir al mundo y decir “Julio” en voz alta. Tal vez podía ensayar con algún pequeño ejercicio:

—Julio, agosto, septiembre.

¿Podría hacerlo en la calle?

χχ=θ
♀+♂=☺

use mis palabras al sol, para que se sequen
y qué joda con los sintagmas y con la menstruación

¿/‘ma∫a/?


Probablemente no, pero entretanto no le llegara la valentía, aún tenía que terminar su tarea.

Leyó: “la fonética estudia los sonidos reales que pronunciamos, es decir, los fonos, que son más numerosos que los fonemas”, y lo que leyó no significaba nada. ¿Qué podía significar cualquier cosa cuando se compara con el amor?

“O con la muerte.”

Cuando el poeta Sicilia, tras el asesinato de su hijo, decidió dejar de escribir poesía, algunos no lo entendieron, “pero yo sí lo entiendo; mientras todo está en calma creemos que hay cosas importantes, como la poesía o la gramática, pero la calma es un espejismo, cuando algo verdaderamente importante ocurre la poesía y la gramática se muestran como son, meros pasatiempos, juguetes de letras para no aburrirse mientras llega el fin. Sirven igual que una buena sopa de letras con limón y una tortilla. Yo no sé nada de poesía; sólo he leído Trilce y En la masmédula(1), aunque no entendí ni iota, pero sí sé algo: hay cosas más importantes”.

Maya hizo otra pelota de papel, la arrojó al cesto y obtuvo tres puntos. Salió a la calle en busca de Marquitos, que seguía perdiendo el tiempo en la esquina.

—¿Vamos a tu casa a ver una película?



(1) Nota del narrador: Trilce es un libro de poesía bastante nihilista de un sujeto llamado César Vallejo, y En la masmédula es un libro insensato de un tipejo bastante genial conocido como Oliverio Girondo, a los que todos admiramos y respetamos. Son tan buenos ambos libros que he pesado ponerle a mi hija el nombre de Trilce Masmédula, y si nuestra heroína no entiende, como afirma, ni uno ni otro libro, es porque no comparte los mismos códigos que sus autores, pero eso es meternos en lingüística, y éste no es un curso ni un texto didáctico, es un cuento, un texto, como dice ella, para divertirse en lo que se mueren. Me alegro de ser una invención, yo nunca moriré. Pobres de ustedes. En fin, también les aconsejo que lean Altazor de Vicente Huidobro, la poesía completa de Rosario Castellanos, Nostalgia de la muerte de Xavier Villaurrutia, Muerte de Narciso, de José Lezama Lima, Muerte sin fin de José Gorostiza, y Swamp Thing de Alan Moore y Rick Veitch, aunque no tengan nada que ver con todo esto. ¡Ah! Lo olvidaba, el autor desea dedicar este cuento a Mariana Montiel.
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agosto 12, 2011

Novedoso relato de amargura fortuita



Bird


Sábado


El sábado, Martín se despertó después de las once de la mañana. Desayunó choco-crispis, agarró su balón de básquet y se fue a la cancha a meter unas canastas. Pero la cancha estaba llena de niños, que jugaban soccer. Pinche futbol de mierda, pensó Martín, me cagan la madre todos los pinches pamboleros.

Pero en el fondo, Martín envidiaba a las personas como aquéllas, que lo pasaban bien con placeres simples y estúpidos, que no pensaban demasiado en nada, que tenían la cabeza y la vida un tanto vacías.

Martín se fue a su casa. Puso un disco de Bird y jugueteó un rato con su balón. Cuando se sintió aburrido, se fue a sentar, para escuchar a Bird con más atención. Diez minutos después, se había quedado dormido y su sábado había ido a parar a la mierda.



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agosto 04, 2011

Un zoológico secreto: Aburrimiento




Aburrimiento


Ernesto Teodoro vivía inmerso en su rutina (trabajo, casa, cena/televisión, cama, y de vuelta).

Ese martes, mientras veía TV de Noche, admirando las tetas semicubiertas de Marisol, y se comía una pechuga empanizada con un jarrito de tamarindo, la ventana se abrió de golpe.

Ernesto Teodoro miró a su extraño visitante, mezcla de gato y perro, con algo de lagarto y de ratón, y dando un buen bocado a su pollo, volvió la mirada hacia la morena exótica de la tele.


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