junio 07, 2010

Gilbert Hernandez: a paso lento

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Autor: Gilbert Hernandez
Título: Sloth
Editorial: DC/Vertigo
Año: 2006
Género: Misterio, Humor, Realismo, Fantástico


Tres encantadoras líneas:

"Huertos de limones."

"En un pueblito como el mío, los huertos de limones a veces son una fuente de misterio para los jóvenes."

"Como los maizales en otros pueblos, los huertos de limones, se rumorea, muchas veces están embrujados, son lugares donde es fácil ocultar un cuerpo, donde los niños se pierden y nunca regresan..."

Tres encantadoras líneas que abren una de las novelas gráficas (o cómics, para quien no tenga miedo de llamar a las cosas por su nombre) más hermosas que hayan sido publicadas por DC/Vertigo. Escrita y dibujada por Gilbert Hernandez (famoso principalmente por ser, junto a su hermano Jaime, co-creador del cómic Love and Rockets, uno de los primeros cómics en dar el salto de lo meramente entretenido a lo profundamente artístico.





Debajo de esas líneas introductorias, colocadas sobre un claro anochecer, por ahí, casi como de pasada, vemos unos limoneros formados a ambos lados de la página, señalando un camino que se abre ante nosotros y se pierde en la lejanía, un camino que nos invita a seguir adelante, a perdernos en esta en apariencia delicada obra de arte. A perdernos en sus finos trazos, tal vez para no volver.

Damos vuelta a la página y vemos que el camino nos ha conducido fuera del huerto, hacia el pueblito, sobre el cual una diminuta arroja su blanca luz.

En seguida, nos vemos caminando por las calles del pueblo, cuyas sombras son negras y siniestras, mientras el narrador nos habla del agotamiento producido por las grandes urbes y la quietud que muchos buscan al refugiarse en estos pequeños lugares, donde educarán a sus hijos a un ritmo menos frenético, sin darse cuenta de que son sus hijos quienes sufren de aburrimiento y alienación en estas demarcaciones. Un retrato de esos niños aparece entonces, mostrándolos como espectros, como sombras de ojos vacíos.

Pronto nos contarán más sobre estos espectros, por ejemplo Joely Jones, una niña de excelentes calificaciones y apariencia introspectiva, quien nunca molestó a nadie, hasta que un día llevó un arma a la escuela y trató de matar a una maestra. Tiempo después, Joely se ahorcó en la cárcel.

El narrador entonces se da cuenta de que no hace falta seguir contando sobre otros, y dirige nuestra atención a su propia historia, que comienza cuando nos explica que él consiguió escapar de ese aburrimiento existencial y sus sentimientos de desasosiego, durmiendo. Sí, durmiendo, pero nos advierte que no se trata de un dormilón común, sino que “un día antes del tercer mes de mi décimo primer grado, caí en coma”, y entonces, un día, “exactamente un año más tarde, desperté”.

No hay una explicación para ninguno de los dos sucesos. ¿Quién necesita una explicación? Se trata de un relato, de una obra de arte, no de un expediente psiquiátrico.




Llevamos sólo cuatro páginas. Es suficiente. Lo que importa es comentar que la historia de Miguel Serra (ése es el nombre del narrador y personaje central de Sloth; es decir, uno de los varios, pero no queremos arruinar la sorpresa para nadie) no es una simple historia de eso que tan pomposamente se ha conocido como “realismo mágico”, con sus lluvias de limones, sus leyendas (sub)urbanas, sus lloronas, sus hermosas mujeres pecosas, sus gentes que andan de prisa como si evitaran darse cuenta de sí mismos, es una historia sobre los deseos y como los deseos se inmiscuyen en la vida de uno, sobre lo que hace uno para realizarlos (o para huir de ellos) y el dolor que existe entre el deseo y su satisfacción. Es una historia sobre abandonos y reencuentros, verdades y mentiras, sobre tener la cabeza en las nubes y los pies en la tierra. Es sobre un mundo lleno de demonios y sueños. Sobre personas que piensan en la muerte y en la vida y todos esos pequeños detalles que hacen que nuestra vida sea ésta y no otra, ligera o radicalmente distinta. En esencia, es una historia sobre personas que se buscan a sí mismas, que anhelan encontrarse más que nada en el mundo, “es una lástima que algunos clichés den una descripción tan exacta. Resulta imposible evitarlos, a no ser que uno esté dispuesto a sacrificar la claridad por la originalidad”[1], todo contado como una historia de misterio e investigación, con protagonistas adolescentes, un bosque (un huerto), noches oscuras, lámparas de baterías, glam y punk rock, abucheos y una cámara de video. ¡Ah! Y una buena dosis de humor, blanco y negro y a veces bastante retorcido.




El arte es fantástico, como siempre. Cualquier que haya visitado el pintoresco Palomar de Love and Rockets, sabe lo que puede esperar. En Sloth no hay efectos especiales, no hay luces y colores, que si bien son bonitos, no sirven más que para distraer la atención de lo que de verdad importa: el trazo y el entintado. Ése es el defecto de la mini-serie Grip: the strange world of men, también de Gilbert Hernandez, publicada por DC/Vertigo en el 2002; me refiero al color, que si bien fue aplicado adecuadamente (nada de luces destellantes y efectos computarizados como los que acostumbran WildStorm y Marvel Comics en prácticamente todas sus publicaciones), no aportaba nada al arte de Gilbert ni a la industria en general. En blanco y negro habría mejorado bastante. En Sloth no ocurre eso; tenemos el viejo blanco y negro, sólo lápiz y tinta, sólo aquello que es verdaderamente esencial en las artes gráficas, que nos permite disfrutar del trazado y de la historia, y darnos cuenta de cómo texto y dibujo son parte de un todo, y una buena novela gráfica no es sólo un relato en prosa con bonitos dibujos. El texto es tan importante como el arte, y permite a Gilbert ser considerado uno de los grandes escritores del medio, junto a Alan Moore, Neil Gaiman, Rick Veitch, Grant Morrison, Jamie Delano y Peter Milligan, y uno de los artistas más originales, junto a su hermano Jaime, Richard Case, Rick Veitch, Stephen Bissette, Dave Sim y Chris Bachalo.

Que no te gane la pereza y que no te atrape la lentitud. Ve corriendo (o caminando) a la tienda de cómics más cercana (o menos lejana), y consigue tu ejemplar de Sloth antes de que sea demasiado tarde. Y asegúrate de leerla dos veces antes de emitir un juicio.





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[1] Trevanian. El verano de Katya. España, Plaza & Janes. 1983. P. 94.





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