octubre 03, 2010

Escenas eliminadas 001 -- Razones

Doce razones para no morir nunca



· Elotes asados
· “Kiss of life” de Gene Loves Jezebel
· El Profeta del Nopal
· Rimbaud
· Las películas de Takashi Miike
· Sweet Tooth de Jeff Lemire
· “La 1a calle de la soledad” de Jaime López
· Xocotl Atl amargo
· Las ballenas jorobadas
· Alan Moore
· El cuerpo de PamTekElha
· La palabra “libélula”

Aún así, lo que quedaba de Miguel Ángel se balanceaba suspendido en el centro de la sala. Amalia recogió la ropa que había estado al sol en el tendedero que faltaba.
Luego quemó la hoja y el humo le sacó lágrimas.

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septiembre 20, 2010

Uno de seres del espacio

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Impacto


El lugar del impacto no estaba lejos, y mi curiosidad era grande. Me puse mi abrigo, y salí rumbo a las colinas.

Aún en la distancia, podía oler el humo. Lo que fuera, era grande y emitía un resplandor rojo que contrastaba con la noche. Comencé a correr, ya no estaba lejos.

Entonces lo vi: alto y delgado, blanco y calvo como un paciente de quimioterapia, tenía ojos negros y profundos como fosas abiertas, como hoyos negros que trataban de atraparme. Sería hermoso si no fuera tan aterrador.

Caminaba por ahí, tambaleante, junto al fuego, como si cualquier accidentado que no entiende lo que ha pasado. No parece que se haya dado cuenta de mi presencia ahí, o tal vez no le importaba.

Sentí lástima por él. Ahí estaba, confundido, por todo lo que sabía él podría ser un viajero extraviado, y su familia podía estar ardiendo en llamas mientras él era incapaz de ayudarlos.

Me acerqué con precaución. Cuando me vio, comenzó a gritar aterrado, pero no había a donde correr. Resignado, esperó.

No entiendo bien qué sucedió, tal vez la compasión por el dolor ajeno me impulsó a hacerlo. El caso es que me arrojé sobre él y lo abracé con todas mis fuerzas. Lo escuché llorar en ese extraño tono que tenía su voz, y escuché una voz que no reconocí al instante:

—Calma. Ya todo está bien.

Era mi voz, hablando entre sollozos. Era la primera vez que lloraba desde que era un niño.

Tenía los ojos firmemente cerrados. Tal vez habían pasado dos minutos cuando me percaté de que estaba abrazando el aire. El fuego comenzaba a extinguirse, ya casi no había humo y la luna se asomaba entre las nubes.

Emprendí el camino de regreso, pero no llevaba prisa. La noche era tibia y agradable. Las estrellas brillaban, y entre ellas, una notablemente pálida cruzó el firmamento, hasta perderse de vista.

Tal vez era un ángel.


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septiembre 13, 2010

Los «Mythos», según Alan Moore





Alan Moore


Cthulhu, siempre el maldito Cthulhu. Y Alan Moore. Alan Moore “y su maldito Cthulhu” . Primero, allá lejos, en 2003, estuvo Yuggoth Cultures, que derivó en Nightjar, de Anthony Johnston. Pronto vino The Courtyard, también de 2003. Y ahora, en 2010, una continuación directa a éste, pero llevada hasta el límite, con el elocuente título de Neonomicon. Todas ellas, obras publicadas por Avatar Press.

Los «Cthulhu Mythos» fueron creados por Lovecraft, en parte también por sus amigos, colaboradores y sucesores, y han estado con nosotros durante los últimos 100 años, en forma de homenaje, derivación, parodia y continuación. Nos han visitado en novelas, cuentos, juegos de rol y de video, películas, canciones, artes plásticas, y cómics. Es más, el propio Jorge Luis Borges, pese a su abierta antipatía por el estadounidense, no pudo resistir el deseo de sumarse a este universo de seres extraterrestres y multidimensionales, casi dioses, casi demonios, y lo hizo con el excelente “There are more things”, incluido en El Libro de Arena. Pero Borges no nos importa, ni tampoco ninguno de los millares de imitadores; estamos aquí reunidos para hablar de Alan Moore y su maldito Cthulhu.

Los «Mythos» en manos del autor inglés, no son una mera imitación, ni tampoco simples homenajes. Son una actualización del panteón lovecraftiano, una versión moderna de estos seres y su impacto en la civilización.

Los ¿héroes? de Lovecraft eran intelectuales pusilánimes, hipocondriacos solitarios obsesionados con la muerte, criaturas incapaces de hacer frente a los problemas que ellos mismos se buscaban. Es lo lógico; en los años en que Lovecraft escribió, los «Mythos» las referencias a estos seres seguían apareciendo únicamente en olvidadas obras de ocultismo, viejos volúmenes de magia negra escritos en lenguas que nadie sabía leer, tratados de demonología de la edad media, y toda clase de libros prohibidos. ¿Será verdad lo que dicen, que la obra no es diferente a la mano que la escribe?

Cthulhu según Alan Moore, ha cambiado en la modernidad. Con el avance y crecimiento de las comunicaciones, y especialmente de la Internet, sería poco probable que un conocimiento tan importante quedara en la oscuridad, y los hechiceros modernos encuentran que la praxis de sus blasfemas artes es más fácil que nunca. Los héroes del también Músico, Mago, Anarquista y Novelista, son agentes del FBI, bien preparados y con armas de fuego. No son los que invocan a Cthulhu y a Dagon, sino los que quieren evitarlo.

Es relevante hacer notar una sugestiva trasposición que ocurre en el relato: Uno de los personajes más famosos de Lovecraft, el pintor Richard Upton Pickman , aparece mencionado en The Courtyard, donde también es un retratista de atrocidades, y sus obras “toman prestado algo de Breughel y el Bosco, pero trasladan aquellos horrores al metro subterráneo de Boylston Street”. Dentro de la obra, Alan Moore no está contando lo que está haciendo con ella, nos está gritando a la cara que está convirtiendo al viejo Howard Phillips, en un habitante del siglo XXI. No me sorprendería descubrir que Randolph Carter lleva el último disco de Christian Death en su iPod. Es que en serio: ¡Maldito Alan Moore! ¡Siempre ha sido más listo que todos nosotros, y que cualquier en el medio, y le encanta echárnoslo en cara!

Pero aunque los investigadores vienen bien equipados con pistolas y rifles, Neonomicon no es un Resident Evil ni otra insignificancia por el estilo. Es horror, puro y auténtico, donde los castillos embrujados han sido sustituidos por clubes góticos, los hechiceros y sus grutas en zonas olvidadas, por chicos new age y sus departamentos en los barrios bajos, las cofradías de brujas por las pandillas de junkies. Ahí donde Lovecraft se autocensuraba, ya fuera en sus ideas racistas, o sobre todo al omitir los detalles de los rituales que practicaban sus personajes, rituales que obviamente envolvían elementos sexuales, Alan Moore da rienda suelta a su exquisito mal gusto, y no se permite la menor duda, el menor titubeo, la menor represión, y el artista Jacen Burrows, recrea sus pasajes a la perfección, como era de esperarse tras The Courtyard y la fama adquirida en Crossed de Garth Ennis . Es un horror sobrenatural para la época moderna, aderezado con un interesante elemento metatextual, visto en algunas de las mejores obras del medio, como Animal Man, The Filth, ambas de Grant Morrison, y sobre todo en 1963, del propio Alan Moore, donde los personajes son conscientes de lo que son: personajes en una ficción. Y eso es tan sólo lo que hemos visto en el primer número, de los cuatro que serán en total, pues es el único que ha sido publicado hasta ahora.

Hoy no nos asustan los fantasmas ni el diablo. La actualidad es una época de horrores auténticos: guerra, pobreza, violencia extrema, intolerancia. Cierto, son aspectos de la cultura que siempre han estado presentes, pero nunca se han vivido con la misma intensidad que en el presente, aunque suene a frase hecha. Por algo son frases hechas. Hoy, el ser humano es más duro, es más difícil asustarlo, y eso sin duda no es una virtud. Háblale de muerte y no se estremecerá. ¿Quieres estremecerlo? Háblale de muerte, de la muerte que ocurre a las puertas de su casa, en la casa de junto, o en su propia casa, hazle notar que él mismo puede ser una víctima la próxima vez que se levante de la cama, recuérdale que él puede tener algunos esqueletos en el armario, o, mejor/peor aún, hazle entender, o como mínimo considerar, que es posible que su existencia, que lo que él cree que es su existencia real, podría tan sólo tratarse de una ficción, de una idea, de un sueño, y podrás contemplar cómo se derrumba.

Es de lo que hablan los «Mythos» en voz de Alan Moore. Por supuesto, Alan Moore es un fantasista y un poeta (además de muchas otras cosas), y sus historias son metáforas de la existencia (sea o no sea real), de una forma parecida a las metáforas usadas por Chris Carter en The X-Files, para contarnos su punto de vista sobre la corrupción en las Instituciones, sobre las posibles conspiraciones de control social, pero mientras Carter habla sobre verdadero monstruo, es decir el ser humano, Alan Moore habla sobre la “verdadera” ficción: el ser humano.





{ otros trece cómics necesarios de Alan Moore }

Watchmen
V for Vendetta
The League of the Extraordinary Gentlemen
From Hell
Miracleman
Swamp Thing
1963
A Small Killing
Promethea
Batman: The Killing Joke
Lost Girls
Top Ten
America's Best Comics


Nota: Alan Moore se ha deslindado de todas las películas basadas en sus creaciones (Constantine, From Hell, Watchmen, V for Vendetta, The League of the Extraordinay Gentlemen), y se ha asegurado de no recibir dinero proveniente de ninguna de ellas. Si usted decide verlas, recuerde que es bajo su propio riesgo. Más información, en el siguiente enlace:

http://www.bleedingcool.com/2010/09/09/alan-moore-speaks-watchmen-2-to-adi-tantimedh/

agosto 14, 2010

Homenaje a Harvey Pekar (1939-2010)




Extrañando a Harvey Pekar






Ayer fui a la tienda de cómics. Pero la tienda había desaparecido.

El guardia de la plaza me dijo que hacía tiempo que la tienda no estaba en esa ubicación, y enseguida el gerente de patio me dio indicaciones de locales de historietas en Miramontes. Caminando sobre Miramontes, mirando un montón de objetos caros e inútiles, como réplicas vulgares de arte vulgar, cubiertas de colores para teléfonos móviles, animales de peluche, espejos, pregunté a la vendedora de mostrador de un local de juegos de cartas como Magic: The Gathering, y Mitos y Leyendas (mientras me decía: “al fin, algo que no carece por completo de sentido”) dónde podía comprar historietas, y ella me dijo que dentro del bazar de Pericoapa, en tal y tal pasillo, podría encontrar. Y encontré, es cierto, pero sólo historietas japonesas, manga. Si supiera leer en japonés, probablemente no habría comprado ninguna tampoco. La vendedora me dijo que en el doble K sí vendían historietas occidentales, que eran las que yo buscaba. En realidad, iba en busca del Neonomicon, de Alan Moore, y cuando llegué al local indicado, resultó que sólo vendían ediciones en español, y únicamente de superhéroes. Pero fue bueno ir allí, porque la vendedora (otra mujer; empiezo a notar un patrón aquí) me dijo en dónde encontraría el ComiCastle, que era la tienda que originalmente buscaba y que creí que se había esfumado.

Después de agradecerle su ayuda, me dirigí a la dirección indicada, y, en efecto, allí estaba. Al entrar, fui recibido con un “buenas tardes” de la chica encargada. No me sorprendió que se tratara de una mujer, hasta ese momento siempre había sido así durante el día. ¿Cuándo el mundo se convirtió en esto? Le pregunté por el cómic de Alan Moore, y me dijo que estaba agotado, pero si me interesaba, lo podía pedir a la sucursal de Guadalajara. Dentro de dos semanas iré a recogerlo.

Ya que tenía tiempo (en realidad tenía que ir a trabajar, pero no me apetecía ni nunca me apetecerá) me dediqué a mirar los cómics nuevos, los libros de arte, los hardcovers a precios prohibitivos (me enamoré del volumen uno de Love and Rockets; me lo regalaré, pues me lo merezco) y las ofertas.

Estuve a punto de traerme los veinticinco números (salvo el siete, que no lo tenían) de The Books of Magick: Life During Wartime, pero como debía ir a trabajar y quería leer en el trabajo, pensé que no era la mejor opción. Me refiero a que no aún me faltan 24 números de la serie regular. Los dejé a un lado, sabiendo que en unos días volvería para reclamarlos. En lugar de ellos, me traje el Vertigo Pop! Bangkok, que era el que me faltaba, y al pasar lista a los títulos de precio normal de la línea Vertigo, ante mis ojos apareció el American Splendor #1, de Harvey Pekar, pero no la edición de finales de los setenta, con ilustraciones de Robert Crumb y otros caricaturistas menos famosos, sino una nueva versión, de 2008, con una encantadora portada de Philip Bond, y dibujado por ocho caricaturistas.





Pagué por mis cinco historietas, prometiendo volver por el Neonomicon dos jueves más tarde, y me marché a trabajar. ¡En serio! Al llegar a la chamba, abrí el American Splendor sin romper la cinta adhesiva, y me dispuse a viajar por esos deprimentes paisajes urbanos y suburbanos (gringos, por supuesto, ¿qué creían?), a los que Harvey Pekar nos tiene bien habituados.

Creo que me tardé poco más de una hora en terminar las 31 breves páginas de este primer número. Me sentí fascinado, triste, y también me reí lo suficiente durante esos minutos en blanco y negro. Supe de inmediato que coleccionaría toda la serie durante todos los años que fuera publicada.

Hoy, 13 de agosto, viernes para rematar, fui a agregar a Harvey Pekar a mi Facebook (como he agregado a Alan Moore, Neil Gaiman, Rick Veitch, Warren Ellis y otros), y en cuanto lo hice, le dejé un comentario agradeciéndole sus maravillosas obras. Luego, al mirar los comentarios de otras personas, vi un enlace que hablaba sobre el lamentable fallecimiento del escritor de cómics Harvey Pekar el pasado 12 de julio. ¡Un mes! Un puto mes, y yo sin saberlo.





Maldije a dios, aunque es inútil porque no hay tal cosa. Maldije a Harvey Pekar por no avisarme que se iba, pero eso fue egoísta de mi parte. Me maldije a mí mismo por no estar pendiente de mi querido amigo, pero no me sentí mejor. Finalmente, los maldije a todos ustedes, porque sé que nada de esto les importa.

Estoy consciente de que no le sirve de nada al pobre Harvey, el que ahora me enoje, sé bien que mi desesperación y mi odio no lo traerán de vuelta. Pero ustedes están conscientes, o al menos deberían estarlo, de que mi odio, mi cólera y mi angustia no pueden hacerle ya ningún daño a mi amigo, y que si es el único consuelo que me queda por su pérdida, tengo entonces todo el derecho a manifestarlo.

En cuanto llegue a mi casa, me emborracharé, leeré algunos Esplendores Americanos viejos, tocaré a Bird a todo volumen, buscaré una preciosa afroamericana con quien jugar al doctor, y romperé unos platos en honor a Harvey Pekar. Tal vez un poco de este ruido alcance a viajar por el tiempo hacia el pasado, al día preciso que Harvey Pekar se marchó, y antes de hacerlo, se dé cuenta de que tenía un amigo más de los que él pensaba.

¡Buen viaje, Harvey!



junio 07, 2010

Gilbert Hernandez: a paso lento

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Autor: Gilbert Hernandez
Título: Sloth
Editorial: DC/Vertigo
Año: 2006
Género: Misterio, Humor, Realismo, Fantástico


Tres encantadoras líneas:

"Huertos de limones."

"En un pueblito como el mío, los huertos de limones a veces son una fuente de misterio para los jóvenes."

"Como los maizales en otros pueblos, los huertos de limones, se rumorea, muchas veces están embrujados, son lugares donde es fácil ocultar un cuerpo, donde los niños se pierden y nunca regresan..."

Tres encantadoras líneas que abren una de las novelas gráficas (o cómics, para quien no tenga miedo de llamar a las cosas por su nombre) más hermosas que hayan sido publicadas por DC/Vertigo. Escrita y dibujada por Gilbert Hernandez (famoso principalmente por ser, junto a su hermano Jaime, co-creador del cómic Love and Rockets, uno de los primeros cómics en dar el salto de lo meramente entretenido a lo profundamente artístico.





Debajo de esas líneas introductorias, colocadas sobre un claro anochecer, por ahí, casi como de pasada, vemos unos limoneros formados a ambos lados de la página, señalando un camino que se abre ante nosotros y se pierde en la lejanía, un camino que nos invita a seguir adelante, a perdernos en esta en apariencia delicada obra de arte. A perdernos en sus finos trazos, tal vez para no volver.

Damos vuelta a la página y vemos que el camino nos ha conducido fuera del huerto, hacia el pueblito, sobre el cual una diminuta arroja su blanca luz.

En seguida, nos vemos caminando por las calles del pueblo, cuyas sombras son negras y siniestras, mientras el narrador nos habla del agotamiento producido por las grandes urbes y la quietud que muchos buscan al refugiarse en estos pequeños lugares, donde educarán a sus hijos a un ritmo menos frenético, sin darse cuenta de que son sus hijos quienes sufren de aburrimiento y alienación en estas demarcaciones. Un retrato de esos niños aparece entonces, mostrándolos como espectros, como sombras de ojos vacíos.

Pronto nos contarán más sobre estos espectros, por ejemplo Joely Jones, una niña de excelentes calificaciones y apariencia introspectiva, quien nunca molestó a nadie, hasta que un día llevó un arma a la escuela y trató de matar a una maestra. Tiempo después, Joely se ahorcó en la cárcel.

El narrador entonces se da cuenta de que no hace falta seguir contando sobre otros, y dirige nuestra atención a su propia historia, que comienza cuando nos explica que él consiguió escapar de ese aburrimiento existencial y sus sentimientos de desasosiego, durmiendo. Sí, durmiendo, pero nos advierte que no se trata de un dormilón común, sino que “un día antes del tercer mes de mi décimo primer grado, caí en coma”, y entonces, un día, “exactamente un año más tarde, desperté”.

No hay una explicación para ninguno de los dos sucesos. ¿Quién necesita una explicación? Se trata de un relato, de una obra de arte, no de un expediente psiquiátrico.




Llevamos sólo cuatro páginas. Es suficiente. Lo que importa es comentar que la historia de Miguel Serra (ése es el nombre del narrador y personaje central de Sloth; es decir, uno de los varios, pero no queremos arruinar la sorpresa para nadie) no es una simple historia de eso que tan pomposamente se ha conocido como “realismo mágico”, con sus lluvias de limones, sus leyendas (sub)urbanas, sus lloronas, sus hermosas mujeres pecosas, sus gentes que andan de prisa como si evitaran darse cuenta de sí mismos, es una historia sobre los deseos y como los deseos se inmiscuyen en la vida de uno, sobre lo que hace uno para realizarlos (o para huir de ellos) y el dolor que existe entre el deseo y su satisfacción. Es una historia sobre abandonos y reencuentros, verdades y mentiras, sobre tener la cabeza en las nubes y los pies en la tierra. Es sobre un mundo lleno de demonios y sueños. Sobre personas que piensan en la muerte y en la vida y todos esos pequeños detalles que hacen que nuestra vida sea ésta y no otra, ligera o radicalmente distinta. En esencia, es una historia sobre personas que se buscan a sí mismas, que anhelan encontrarse más que nada en el mundo, “es una lástima que algunos clichés den una descripción tan exacta. Resulta imposible evitarlos, a no ser que uno esté dispuesto a sacrificar la claridad por la originalidad”[1], todo contado como una historia de misterio e investigación, con protagonistas adolescentes, un bosque (un huerto), noches oscuras, lámparas de baterías, glam y punk rock, abucheos y una cámara de video. ¡Ah! Y una buena dosis de humor, blanco y negro y a veces bastante retorcido.




El arte es fantástico, como siempre. Cualquier que haya visitado el pintoresco Palomar de Love and Rockets, sabe lo que puede esperar. En Sloth no hay efectos especiales, no hay luces y colores, que si bien son bonitos, no sirven más que para distraer la atención de lo que de verdad importa: el trazo y el entintado. Ése es el defecto de la mini-serie Grip: the strange world of men, también de Gilbert Hernandez, publicada por DC/Vertigo en el 2002; me refiero al color, que si bien fue aplicado adecuadamente (nada de luces destellantes y efectos computarizados como los que acostumbran WildStorm y Marvel Comics en prácticamente todas sus publicaciones), no aportaba nada al arte de Gilbert ni a la industria en general. En blanco y negro habría mejorado bastante. En Sloth no ocurre eso; tenemos el viejo blanco y negro, sólo lápiz y tinta, sólo aquello que es verdaderamente esencial en las artes gráficas, que nos permite disfrutar del trazado y de la historia, y darnos cuenta de cómo texto y dibujo son parte de un todo, y una buena novela gráfica no es sólo un relato en prosa con bonitos dibujos. El texto es tan importante como el arte, y permite a Gilbert ser considerado uno de los grandes escritores del medio, junto a Alan Moore, Neil Gaiman, Rick Veitch, Grant Morrison, Jamie Delano y Peter Milligan, y uno de los artistas más originales, junto a su hermano Jaime, Richard Case, Rick Veitch, Stephen Bissette, Dave Sim y Chris Bachalo.

Que no te gane la pereza y que no te atrape la lentitud. Ve corriendo (o caminando) a la tienda de cómics más cercana (o menos lejana), y consigue tu ejemplar de Sloth antes de que sea demasiado tarde. Y asegúrate de leerla dos veces antes de emitir un juicio.





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[1] Trevanian. El verano de Katya. España, Plaza & Janes. 1983. P. 94.





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marzo 26, 2010

México a 200 años de sí mismo

200

Eres la corrupción
Eres al aire sucio de la ciudad
La tierra muerta del campo
El alza de precios
Y el salario mínimo

Eres el narcotráfico
Y todos los presos políticos
Eres el ejército en San Salvador Atenco
Peña Nieto en el Vaticano
Carlos Salinas en el Primer Mundo

Eres el caos vial
La vecina que, pistola en mano, se lleva tu quincena
Eres el Cardenal Norberto Rivera
Y todos los niños tristes que ya no confían en el señor

Eres Vicente Fox y Marcelo Ebrard
Felipe Calderón y Elba Esther Gordillo
Y todo lo que representan

Eres el ABC
Y un montón de niños de ceniza

Eres el PRI y el VERDE
El PAN y el PRD y te la juegas por México
(el ganador se queda con todo)

Eres Latin Lover y Maribel Guardia
Javier Alatorre y López Dóriga
El vómito en mi almohada
La mierda en mi baño
Eres el policía que se vende en la esquina
La ramera que preside la Corte

Eres todo eso y eres todos
Porque tú, amigo, eres México
Y todo México eres tú

“Feliz Bicentenario”
sonríe: todo está bien

febrero 27, 2010

La belleza de la guerra




Autor: Rick Veitch
Título: Army@Love (Army at Love).
Editorial: DC/Vertigo
Año: 2007
Género: Sátira sociopolítica/Guerra





Vuelve a las andadas el iconoclasta Rick Veitch (Swamp Thing, Can't Get No, The Maximortal) con una miniserie de guerra, escrita y dibujada por él mismo (con tintas de Gary Erskine, colores de Jose Villarrubia, letras de Travis Lanham, editada por la siempre genial Karen Berger).

La historia de Army@Love se ubica tanto en el imaginario Afbaghistan como en los suburbios de Estados Unidos, con algunas escenas en la también ficticia Mongrolia, y se desarrolla en un futuro cercano, cuando el Ejército Norteamericano le hace la guerra al país oriental (aunque nunca se especifican las razones del conflicto, lo más probable es que se trate de una simple invasión para apoderarse del territorio y sus riquezas; ¿acaso USA conoce otro tipo de guerras en la era moderna?), pero como es tradicional en la narrativa de Roarin’ Rick, el contexto funciona como alegoría de la realidad, mientras que las distintas capas narrativas, que vienen representadas por cada uno de los personajes (ninguno de los cuales es propiamente protagonista o secundario) y la idiosincrasia de cada región retratada, permean esa realidad, modificándola, a veces desgarrándola, provocando ese delicioso caos del cual él es un maestro.




No revelaré los secretos de esta cautivante e hilarante historia de guerra, traición, sexo y frivolidad, sólo comentaré algunos de sus aspectos básicos para despertar el interés en el lector potencial.

EUA en guerra contra un pequeño país oriental. El ejército americano se ve fortalecido por la incorporación de muchos jóvenes voluntarios. La mecánica detrás de tantos reclutamientos, es algo que se ha dado en llamar “Hot Zone Club”, y que básicamente es un club ficticio al que sólo pertenecen aquellos que han tenido sexo salvaje en el campo de batalla durante una operación riesgosa (o sea, coger al cobijo de las balas).

Uno de nuestros personajes es un traficante que fotocopia billetes y va engañando a medio mundo, que trata de matarlo, pero que siempre consigue escapar. Su esposa es soldado y está luchando mientras él se ha quedado en casa. Ella conoce a un recluta/mago, que le resulta atractivo, y mientras están siendo emboscados en un edificio, a ella se le antoja tener sexo con él, y para convencerlo se inventa al momento todo el “Hot Zone Club”. Y eso ocurre apenas en las primeras 10 páginas del primer tomo (son 12).




Si quieres una buena lectura, con buen arte, muchas risas y mucha reflexión en torno a la condición actual de la política gringa y mundial, no deberías dejar de leer este trabajo. Te costará alrededor de 350 pesos juntar los 12 números, pero eso mismo cuestan esos libros todos mal escritos que tanto te gustan de Vampiros Emos Adolescentes Crepusculares y ni siquiera tienen dibujitos.

Si al terminar Army@Love no estás de acuerdo conmigo en que es una obra excelente, miéntame la madre a creatica_deconstruccion@yahoo.com. Si, en cambio, crees que ha valido el esfuerzo, recompénsame dejando un comentario.




{La siguiente información no pertenece a esta entrada; si está aquí, es sólo por presumir; claro, también puede servir como una lista de recomendaciones de cosas que ni siquiera sabías que existían}

Leyendo: Michael Moorcock et al. Peón del Caos: Relatos del campeón eterno
Leyendo: Peter Milligan. Shade the Changing Man.
Releyendo: Grant Morrison. The Invisibles.
Terminado: Fedor Dostoievski. Memorias del Subsuelo.
Escuchando: Tom Waits. Alice.
Escuchando: The Eden House. Smoke & Mirrors.
Redescubriendo: Lou Reed. Ecstasy.
Redescubriendo: David J & Alan Moore. V for Vendetta.
Películas recién vistas: Kim Ki Duk. Bad Guy.
Películas recién vistas: Slava Tsuckerman. Liquid Sky.

febrero 24, 2010

Swamped!




Alan Moore y Rick Veitch: Cosas del Pantano


Peter Milligan: “Los símbolos deberían representar algo, luego, antes de derrumbarse, deberían desaparecer, dejando un espacio vacío que pueda ser llenado con el desastroso caos de nuestros sueños”. Estas palabras fueron escritas en el segundo número del segundo volumen de Shade the Changing Man (titulado: “Who shot JFK? the Unreal story”, y se refería a John Fitzgerald Kennedy y su asesinato para impedir que se convirtiera en el símbolo que estaba destinado a ser.

La etapa en que Alan Moore y Rick Veitch escribieron y recrearon “La cosa del pantano” terminó abruptamente, cuando el cómic podía haberse convertido en la obra más grande de todos los tiempos. Primero, Alan Moore, en 1984, en los primeros tres números que escribió, no sólo creó algunas de las historias más memorables de los cómics, sino que cambió para siempre el destino de la industria, al eliminar (al menos en parte) la noción de que los cómics eran para niños; “The saga of the Swamp Thing” pasó de ser un cómic de terror con monstruos, a una obra madura de suspenso sofisticado, donde se tocaban temas universales, como el amor, el odio, el peligro de la tecnología, el poder del dinero y la política y, por supuesto, el miedo.

Su prosa, rica en texturas, incorporó una narrativa poética más propia de la literatura de arte que de la literatura de entretenimiento. ¿Cómics de arte? Tal vez eso no impresione hoy en día, pero durante la primera mitad de los 80, era un concepto extraordinario, revolucionario. Es precisamente a Alan Moore a quien debemos (y no es poca cosa) que los cómics dejaran de ser únicamente literatura barata para niños y adolescentes inmaduros, donde lo más importante era el dibujo de hombres súper-musculosos y mujeres semidesnudas, que mediante métodos violentos protegían al mundo de violentos villanos súper-musculosos y villanas semidesnudas. Las cuatro obras fundamentales con las que Moore cambió la historia son: Watchmen, Miracleman, V for Vendetta y, por supuesto, Swamp Thing.

En 1974, cuando Len Wein y Berni Wrightson crearon a la Cosa del Pantano, ellos, como todo el mundo, pensaron que se trataba de un hombre (Alex Olsen) que, por un experimento fallido, se había transformado en un monstruo con características vegetales. Más tarde, la historia que originalmente ocupaba sólo 8 páginas (“House of Secrets” no. 92; 1971), se convirtió en una revista mensual, de 24 páginas (“Swamp Thing” no. 1; 1971). Un nuevo personaje, Alec Holland, científico también, sufre un atentado contra su vida, donde su esposa Linda fallece. Holland, bañado en su fórmula de restauración para plantas, cubierto en llamas, se arroja a los pantanos de Luisiana, y más tarde regresa convertido en el monstruo vegetal.

Cuando una década después le tocó su turno a Alan Moore de contar la historia, nos demostró que tanto Wein como Wrightson como todos los lectores y creadores pretéritos, estaban equivocados. Alec Holland sí había muerto en el pantano; lo que más tarde se levantó de su lecho cenagoso no era un hombre ni nunca lo había sido; el pantano mismo dio a luz a un ser que de alguna forma absorbió los recuerdos de Holland, y que durante varios años erró en busca de volver a ser hombre, algo que nunca conseguiría porque nunca lo había sido.

En una de las primeras historias de Moore, Jason Woodrue, “the Floronic Man”, descubre que la cosa del pantano no tenía nada humano, y Moore nos va revelando más y más de ese descubrimiento, hasta que nos enteramos de que se trataba de un ser elemental, un semidiós que tenía la misión de proteger a la naturaleza. Estos eventos quedaron registrados en el relato titulado “the Anathomy Lesson”, que es considerado por unanimidad la mejor historia jamás escrita en “Swamp Thing”. Y eso tan sólo es la primicia central de a penas el primer arco argumental de Moore; son todos los detalles, todos los personajes, mayores y menores, las historias, lo que está entre líneas, lo que hicieron de “Swamp Thing” una obra revolucionaria.

Alan Moore, el más grande escritor de la industria sin duda alguna, no sólo transformó a los cómics; también sus lectores cambiaron. De ser entes que automáticamente alababan al dibujante en turno, se convirtieron (lamentablemente no todos; y las nuevas generaciones parecen volver a ser como aquellos zombies) en personas analíticas, que ponían atención tanto al arte del libro como a la narrativa y a la estética de la misma. Con Alan Moore, el escritor se convirtió en la parte más importante del proceso creativo del cómic. El artista, quien siempre había sido la razón por la que la mayoría leía cómics, ahora era el acompañante, pero su papel, en lugar de devaluarse, se fortaleció. Ya no sólo tenía que dibujar bien; ahora tenía que dibujar bien siguiendo las indicaciones de un escritor, sin que hubiera una incoherencia entre lo escrito y lo dibujado. Afortunadamente, “Swamp Thing” siempre contó con artistas de primer nivel (en otros, Berni Wrightson, Tom Yeates, John Totleben, Stephen Bissette y Rick Veitch).

Pero nada es para siempre, y más temprano que tarde, Alan Moore se fue y el pantano se quedó solo y triste. O eso parecía, porque inmediatamente tras su partida, la creación de los guiones del cómic quedó en manos del hoy legendario Rick Veitch. Pero, un momento, ¿no era Rick Veitch el dibujante? Oh, sí, lo era. Y lo siguió siendo durante casi todo el tiempo que escribió. Los lectores por supuesto no sabían qué esperar. Veitch dibujaba una maravillosa cosa del pantano, y ya había demostrado que era un buen guionista también. La pregunta no era si podía escribir “Swamp Thing”, sino si podría mantener el nivel de excelencia que había alcanzado Alan Moore.

Rick Veitch también utilizó una narrativa poética, heredada de Moore, lo que ayudó a darle coherencia a la historia de Alec Holland, pero sus relatos abandonaron en gran medida el horror gótico, y añadieron más elementos de ciencia ficción y horror moderno (para un ejemplo, verse las historias de “Gargles in the Rat Race Choir” y “Fear of Flying”; en ellas, vemos primero a una enloquecida cosa del pantano falsa conduciendo un automóvil con sus dos tripulantes asustados, algo que ni siquiera Moore hubiera imaginado, y después, un hombre al que le dan miedo los aviones pero que se ve obligado a tomar uno aún cuando todos los indicios anuncia que se estrellará y, efectivamente, se estrella; luego, un harapiento John Constantine, creación de Moore, reprende a Alec. Eso es puro genio.)

Así que, en corto, Veitch demostró que era tan buen guionista como Alan Moore; incluso algunas de sus historias (“Infernal Triangles”, “Fear of Flying”, “One flew over the cuckoos nest”, Wild Thing”, “Gargles in the Rat Race Choir”) se consideran incluso superiores a varias del propio Moore.

El último arco argumental que escribió Veitch fue una larga aventura por el tiempo, en la que descubrimos que Swamp Thing es su propio padre (la magia de la literatura que permite esa clase de paradojas). Para esta aventura, Veitch escribió un guión en el cual la cosa conocería a Cristo, guión que primero fue aceptado, pero posteriormente, cuando iba a comenzar a ilustrarse, fue censurado por Jenette Kahn, presidenta de DC Comics. Veitch renunció a la compañía, con la advertencia de no volver a trabajar para ella (DC) hasta que su historia fuera publicada (lo cual no ha sucedido aún; sin embargo, Rick Veitch ha vuelto a escribir para DC). El encargado de completar el arco que Veitch dejó inconcluso fue un tal Doug Wheeler, un escritor que realmente no aportó nada, sino que destruyó casi por completo la magia de “Swamp Thing”. Pero eso no nos concierte.

La partida de Moore y especialmente la de Veitch de las páginas de “Swamp Thing” dejaron un hueco que nunca sería llenado. Alan Moore abandonó cuando creyó que era un buen momento, aunque muy prematuramente aún; Rick Veitch se fue por defender su ética.

Nunca sabremos que hubiera sido de “Swamp Thing” si las cosas hubieran sucedido de forma diferente. Nunca sabremos a ciencia cierta lo que Veitch planeaba hacer con Holland y sus amigos. Pero una cosa es cierta: la salida de ambos los convirtió en leyendas del medio, en símbolos de lo que significa se un artista del cómic, de lo que significa la dignidad y la ética.

Por ello, siempre serán recordados como las más grandes cosas del pantano que hayan pisado esta cenagosa tierra.

¡Salud!