agosto 31, 2007

André Breton

.




Lo encontré en la calle, en uno de sus vagabundeos. Me atrajo su mirada como perdida y encontrada de una sola vez. Se hallaba de pie, frente a una puerta, en un movimiento interrumpido, casi veía la energía motriz disiparse sobre su traje negro.


–Hola –dije.


–¿Cómo te va? –respondió.


–Soy Jorge y un día haré un cuento de esto.


–Yo lo estoy haciendo ahora mismo.


Luego de una breve despedida, seguí mi camino, y él, el suyo, inmóvil y lleno de hermosa violencia.



Creative Commons License

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

agosto 08, 2007

narrativa zoológica



Rusia

Para la mujer gato

Diferente. Con esa palabra puedo explicar la etapa de mi vida que compartí con ella, pues toda ella lo era. Escribía historias crueles, pero era ella muy dulce y amable, sobre todo con los animales, a quienes prodigaba los mayores cuidados y atenciones. Era pequeña de tamaño, se podría decir que evitaba las gotas de lluvia a su antojo. Su voz era una mezcla de juventud y vejez, en el sentido en que la música es una combinación de ritmo y melodía. Hasta su nombre era diferente: Rusia.

Aunque sólo la vi dos veces, tuvimos contacto por una década. En sus cartas me hablaba del Círculo, un lugar fuera del mundo y fuera de la cultura, a donde ella pasaba sus días. Allí nos encontramos las dos únicas veces que estuvimos materialmente juntos. La primera vez corrimos por el Círculo, alrededor del estanque y las vacas que ahí se alimentaban, evitando pisar los caracoles. Nuestros zapatos y pantalones se cubrieron de lodo. En una pequeña elevación saltamos, queriendo volar.

-¿Te conté cuando creí que era pájaro?

-No -respondí-, cuéntame.

-Una vez que vine al Círculo, yo estaba deprimida. Mal, mal. Y me puse a correr. Siempre que corro imagino que huyo del dolor, pero esa vez, sentí que realmente lo dejaba atrás, que corría más rápido que mi cuerpo y yo no era ya yo. Miré las nubes y los árboles, y unos pájaros pasaron volando. Yo ya no era persona, yo estaba segura de que era pájaro, y cuando corrí en el bordo donde saltamos, agité las manos y traté de volar. Estuve en el aire y sentí deveras que volaba, que yo era pájaro, y me sentí feliz. Nunca me había sentido feliz antes, pero supe que era feliz entonces. Luego, mis pies tocaron el suelo, los pájaros se fueron y yo volví a ser persona. La yo que había dejado atrás me alcanzó y como un golpe todo el dolor regresó.

Rusia guardó silencio y la abracé. La noche caía, las nubes corrían, se elevaban. Me sentí triste, en ese lugar fuera del mundo, en plena urbe. Tomé mis manos y las llevé a las manos de Rusia. Le dije: "vámonos", y nos fuimos.

***

Años pasaron. Nos vimos una vez más. Fuimos al Círculo. Llovía, y nos picaron los moscos. En el agua había un envase de agua embotellada nadando a la deriva como un pez de plástico muerto. Nos detuvimos entre unos árboles que enmarcaban pasto, cerros, nubes y los imaginamos cuadros. Ya oscurecía, y esa imagen era hermosa, con todo y las luces de las casas en la lejanía. "No, no son casas", pensé, "son caracoles luciérnaga. Son enormes, lentos y brillantes".

-Escuché un maullido -dijo.

-¿Dónde?

-Arriba -y levantamos la vista-. En una nube.

Rusia me miró y le dí un beso. Rusia habló sobre la tristeza del mundo. La abracé. Rusia.

Después de un rato, corrimos por el círculo salpicando lodo. En el topecito, Rusia tomó impulso y saltó muy alto, agitando sus manos-alas, alcanzando una bandada de pájaros negros que por ahí pasaba. Después de una hora, me marché a casa. Tuve que aceptar que Rusia no volvería.


Creative Commons License

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.